Han sido dos semanas con ella, como un juego, por no querer estar sola durante el viaje de ida. Al final no se bajó de mi mochila en todo el viaje. Pero ha decidido quedarse en Varanasi.
Es la ciudad en que más pobreza he visto. La zona de las callejuelas estrechas, por las que apenas cabe una moto están plagadas de gente pidiendo, enferma, niños jugando con lo que encuentran en el suelo...
Y por esas callejuelas perdidas apareció una niña que no paraba se saludar y sonreir. Llevaba las manos pintadas de henna (sí, como yo). Aún después de saludarla seguía doblando las esquinas sólo para mirar, sonreír y saludar. Se reía sin parar, corretear por esas calles vacilando parecía hacerle mucha gracia.
Paramos para hacerme unas fotos con ellas y al acercarle un poco de dinero no lo quería. Un vecino nos dijo que su madre no le dejaba coger dinero, sólo si le daban otra cosa podía cogerlo.
Así que Wilsa decidió salir de la mochila y quedarse con esta niña. No sé cómo se llamaba, no le esuché ni una palabra, pero me quedo con su sonrisa, con sus ganas de jugar y con cómo me despedía con la manita de Wilsa.
Es la ciudad en que más pobreza he visto. La zona de las callejuelas estrechas, por las que apenas cabe una moto están plagadas de gente pidiendo, enferma, niños jugando con lo que encuentran en el suelo...
Y por esas callejuelas perdidas apareció una niña que no paraba se saludar y sonreir. Llevaba las manos pintadas de henna (sí, como yo). Aún después de saludarla seguía doblando las esquinas sólo para mirar, sonreír y saludar. Se reía sin parar, corretear por esas calles vacilando parecía hacerle mucha gracia.
Paramos para hacerme unas fotos con ellas y al acercarle un poco de dinero no lo quería. Un vecino nos dijo que su madre no le dejaba coger dinero, sólo si le daban otra cosa podía cogerlo.
Así que Wilsa decidió salir de la mochila y quedarse con esta niña. No sé cómo se llamaba, no le esuché ni una palabra, pero me quedo con su sonrisa, con sus ganas de jugar y con cómo me despedía con la manita de Wilsa.